Capitalismo lovecraftiano

Marcelo Moreno
16 Febrero 2022

La idea principal en la literatura de Lovecraft (racismo aparte) es la locura. Un trozo de información, una imagen o uno de sus monstruos entran en la mente del personaje y la colonizan por completo. El terror no viene solo de, como se suele decir, lo desconocido, sino de la mente y el cuerpo colonizados. El pánico respecto del monstruo exterior se complementa con una sensación de miedo inescapable que viene desde el interior.

Además, los gigantescos “dioses primordiales” que encarnan estas obsesiones no suelen estar presentes. Me explico: hacen sentir su presencia desde otro plano de la existencia, y son sus devotos quienes deben traerlos a este. Son lo que Nick Land (por citar a otro racista) llamaría hipersticiones: ideas con tal potencia que “trabajan”, de alguna manera, para hacerse presentes, físicas. El mismo concepto está detrás de otros productos culturales. Skynet (y otros entes similares), por ejemplo, siguen las mismas líneas, con el cambio de soporte del mental al informático, es decir, no son ideas contenidas en mentes humanas, pero que funcionan de un modo similar. Similarmente también, los cuerpos generados, a pesar de ser mecánicos, tienen una maleabilidad e indefinición muy similar a la viscosidad de las criaturas de Lovecraft.

Quiero proponer, en consecuencia, la consideración del capitalismo en su fase neoliberal como dios primordial. Se desarrolla a sí mismo como una inteligencia artificial no informática, es decir, hay cierto tipo de pensamiento en él, pero no se puede localizar en un ordenador o en un cerebro. En lugar de ello, esta consciencia está desperdigada entre las mentes humanas y los repositorios de datos artificiales, incluyendo redes sociales y sus algoritmos. Sus pensamientos, más que en un aparato central físico, se pueden localizar en el conjunto de relaciones de producción, en interacciones físicas y no físicas. Esta consideración parece extraña, pero tiene su origen en el concepto de mano invisible, aunque la mano nunca fue muy buena analogía. Hablemos mejor de tentáculos invisibles, para mantener la estética de Lovecraft. Estos tentáculos han salido del mercado, se enredan y adhieren a todas las relaciones humanas. El capital invade la mente y el cuerpo.

John Steinbeck, en Las uvas de la ira, se refiere al capital como “el monstruo”. A lo largo del libro, tenemos las siguientes claves para entenderlo:

Un banco no es como un hombre, el propietario de cincuenta mil acres tampoco es como un hombre: es el monstruo.

Es el monstruo. Los hombres lo crearon, pero no lo pueden controlar.

El hombre sentado en el asiento de hierro no parecía humano: con guantes, gafas, una máscara de goma sobre la nariz y la boca para protegerse del polvo, no era más que una parte del monstruo, un robot sentado.

Un giro de los mandos podría desviar la oruga, pero las manos del conductor no podían darles el giro porque el monstruo que había construido el tractor, que le había mandado salir se había introducido de alguna manera en las manos del conductor, en su cerebro y en sus músculos, le había puesto gafas y amordazado, unas gafas en la mente y la percepción, una mordaza en el habla y la protesta.

Ahora bien, el monstruo está en ese primer estado no físico de los dioses primordiales. Necesita un recipiente consistente, pues sin él depende de nuestros cuerpos y mentes: puede morir si nos volvemos conscientes de él y “escapamos”. El fenómeno tecnológico actual al que estamos asistiendo debe entenderse como el monstruo apareciéndose. Atravesando el plano mental para construirse una presencia física. La blockchain, los productos de la industria cultural, las inteligencias artificiales y algoritmos, el mercado bursátil… Todo esto y mil ejemplos más son el cuerpo que respira y palpita de un horror incomprensible que lleva décadas manifestándose lentamente.

El banco, el monstruo necesita obtener beneficios continuamente. No puede esperar, morirá. No, la renta debe pagarse. El monstruo muere cuando deja de crecer. No puede dejar de crecer.

Al monstruo hay que alimentarle. Nuestra fuerza de trabajo, nuestros datos y nuestros pensamientos son sus alimentos. Los humanos llevamos años y años sacrificándonos en el altar de la secta de la muerte que conocemos como el neoliberalismo para, sin saberlo, volver presente al monstruo del capital. Hemos estado trabajando para construir nuestra propia jaula.

La batalla política se vuelve, si miramos así la situación, más apremiante que nunca. No estamos combatiéndola por ideología, estamos luchando por nuestra humanidad. La política antagonista tiene que ser como un cáncer en este cuerpo. Cáncer humano a un cuerpo posthumano. Metástasis cultural, política y social para conservar nuestra vida y construir un nuevo futuro.

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