Miguel Mariñoso
27 Enero 2022
Son tiempos convulsos. El pensamiento crítico ni está ni se le espera. La dictadura de la inmediatez desbanca cualquier atisbo de reflexión.
Vivimos uncidas por el yugo de la sobreinformación, el sensacionalismo amarillista y la cultura de los titulares. Al cabo del día recibimos cientos de estímulos -principalmente visuales- a través de los medios de comunicación, posiblemente más de los que podemos procesar; engullimos información sin tiempo para digerirla. La prisa que rige la sociedad en que vivimos nos conduce a un modelo de información basado en imágenes, frases cortas y, lo más preocupante: una carencia absoluta de contraste. Esto, ligado al vertiginoso aumento de las noticias falsas, que ya han entrado en nuestro argot como fake news, y la credibilidad que otorgamos a cualquier comentario en redes sociales, hace que obtener una información veraz requiera una dedicación que a priori no todo el mundo puede permitirse, debido a los ritmos que imprime el sistema capitalista.
Hoy en día para estar aparentemente bien informada y poseer el criterio suficiente como para entrar en porfías acerca de todo tipo de temas, no es menester ni siquiera haber leído un artículo completo al respecto. Los titulares pretenciosos, los chascarrillos de internet y el contenido audiovisual que nos bombardea se consideran argumentación suficiente para formarse una opinión «propia» y compartirla siempre que se brinde la oportunidad, aunque nadie lo haya pedido. La clave está en el reduccionismo que pretende sintetizar temáticas que llevan años de estudio en un par de frases, una infografía o cinco minutos de vídeo. Este somero acercamiento -a modo introductorio- parece legitimar la adopción de posicionamientos tenaces sin requerir ninguna noción previa al respecto.
Estas fuentes podrían ser válidas si las entendiésemos como lo que son: ideas básicas, parciales, totalmente sesgadas, asumiendo sus limitaciones. El caos comienza cuando creemos a pies juntillas todo aquello que vemos en una pantalla. A la vista está lo sencillo que resulta crear un bulo. Basta con enviar un mensaje con cualquier barbaridad diciendo que te lo ha enviado un amigo de confianza para que empiece a correr de teléfono en teléfono y llegue hasta los medios que, con mucha suerte, harán un poder por contrastarlo, si no se dejan caer directamente en los tentadores titulares atrayentes; darle al pueblo lo que quiere leer. Aquí llegamos a un nuevo punto que debería ser tenido en cuenta. ¿Acudimos a los medios para nutrirnos de información de calidad o con la sola finalidad de regalarnos los oídos? Por todas es sabido que la libertad de prensa murió hace ya mucho tiempo. Todos los grandes medios, en mayor o menor medida, de una forma u otra acaban dependiendo de empresas, bancos o partidos. Cada cual tiene sus medios de cabecera, aunque nunca faltará alguien que asegure que lee todos los periódicos -sobra decir que en todo caso lo más probable es que lea únicamente los titulares-. Pero, ¿de qué nos sirve conocer diversas opiniones totalmente posicionadas, pensadas para crear discurso?
Ante esta situación en la que los grandes medios de «desinformación» han copado todos los espacios, sólo hay una salida: el periodismo alternativo, libre e independiente, cuya única intención es ofrecer un contenido crítico, contrastado y veraz. En Aragón tenemos muchos ejemplos, como Arainfo, Koiné TV o Radio Topo -entre tantos otros-. Medios autogestionados que a modo de resistencia no se dejan caer en el mercado de la información y le declaran batalla día sin otro.
Pero como veníamos diciendo, esto no es suficiente si somos plenamente conscientes de la situación de agonía informativa en que nos encontramos. «El pensamiento crítico ni está ni se le espera». En estos momentos se torna imprescindible un renacer filosófico; la defensa y exaltación de la epistemología, del pensamiento crítico, de la duda metódica, del análisis de lo concreto, de la perspectiva materialista de la historia; la plena consciencia de las condiciones que nos atraviesan en todos los aspectos de la vida. Y no podemos confundir esto con un individualismo humanista. Tenemos la responsabilidad de formarnos, cultivar nuestras ideas y alcanzar una autonomía epistemológica en tanto que Común, desde el Común y por el Común.
Desde este recóndito cado de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza pretendemos aportar cuanto nos sea posible en este tránsito social de discernimiento a través de nuestro proceso formativo.
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