La era del vacío, Gilles Lipovetsky

Vivimos en tiempos confusos, aunque qué tiempo no se ha caracterizado por diferentes fenómenos que han llegado y logrado cambiar las vidas de las gentes de una o de otra manera. Lipovetsky en esta obra reúne gran cantidad de información y análisis propios que ya a inicios de los años 80 del siglo pasado avecinaba con que se convertirían en una realidad, como también en una pesadilla inconsciente y asimilada por toda la sociedad.

En primer lugar, presenta el fenómeno de la libertad, resulta que por los nuevos métodos de producción y comercialización es posible escoger a la carta, a partir de una amplia gama de opciones, esto tiene que ver con la multiplicación y diversificación de la oferta, lo cual da paso a un proceso sistemático de personalización. A partir de ello se le sigue un hedonismo por abundancia que impregna todo, derivando a que todo tienda a desarrollarse en torno al ocio y el goce hedonista, que confluye con uno de los puntos centrales del libro, la Sexducción. En los tiempos modernos existe un autoservicio de la libido que permite desahogarse y hacer realidad nuestros deseos. “El cuerpo y el sexo se vuelven instrumentos de subjetivación-responsabilización […]. De este modo se produce un sujeto, ya no por disciplina sino por personalización del cuerpo bajo la égida del sexo” (Lipovetsky, 2000, 30).

El feminismo es otro tema central pues se extenderá por toda la obra. Es un fenómeno característicamente postmoderno que explotó inicialmente en busca del aborto libre, del derecho de autonomía y de responsabilidad, “se trata de sacar a las mujeres de su estatuto de pasividad y resignación ante los azares de la procreación. Disponer de sí misma, escoger, no ceñirse a la maquinaria reproductora, al destino biológico y social, el neofeminismo es una figura del proceso de personalización” (Lipovetsky, 2000, 31). No hay que ser muy perspicaz para ver que más que una liberación es una encerrona, un círculo vicioso, una aporía; en definitiva, un grito escandaloso en contra de la naturaleza efímera pues se niegan al destino biológico que precisamente las hace ser como tal. En este sentido, en lo biológico no puede haber igualdad, no hay ideología que vaya más en contra de la condición de feminidad y de la mujer que el feminismo que promulga este tipo de discursos contra natura. “Cuanto más el feminismo cuestiona el ser de lo femenino, más este se borra y se pierde en la incertidumbre; cuantos más se derrumban los pilares de su estatuto tradicional, mayor es la pérdida de identidad de la propia virilidad” (Lipovetsky, 2000, 72).

Un proceso derivado de la personalización extrema, comentado anteriormente, es la indiferencia pura, la apatía en cuanto a todo lo que nos rodea. Lipovetsky habla en clave metafórica de un desierto en tanto que vacío, que se extiende a todas las facetas de la vida: “el saber, el poder, el trabajo, al ejército, la familia, la Iglesia, los partidos, etc., ya han dejado globalmente de funcionar como principios absolutos e intangibles y en distintos grados ya nadie cree en ellos, en ellos ya nadie invierte nada” (Lipovetsky, 2000, 35). Al mismo tiempo, como consecuencia de la sexducción y la insensibilización, se produce una decadencia moral, ya no hay unas directrices, un camino que asegure la sostenibilidad del sujeto durante el transcurso de su vida, y eso puede llevar a decisiones fatales como finalmente veremos. Los valores de antaño se han sustituido por valores hedonistas y narcisistas que sintetizan la cultura del mundo moderno en un ¡YA!, se trata de consumir y experimentar ahora, sin vistas a invertir más y mejor en un futuro.

La política también ha sufrido un ataque de indiferencia pues en la época de la insensibilización decaen las encuestas, “las elecciones siguen ‘interesando’ a los ciudadanos pero de la misma manera (o incluso menos) que las apuestas, el parte meteorológico o los resultados deportivos” (Lipovetsky, 2000, 39). Todo ello en el conjunto social ha llevado a una individualización, a una atomización de los individuos desconectados de los demás, y justamente sucede en las sociedades por ser una de sus características fundamentales; “cada uno exige estar solo, cada vez más solo y simultáneamente no se soporta a sí mismo” (Lipovetsky, 2000, 48).

Si indagamos cada vez más en la sociedad, la combinación de la atomización y la apatía descritas dan paso a una desconexión en el plano social, Narciso actúa en las gentes y hace que no les interese, o mejor dicho, no les afecte lo que suceda más allá de los límites de su ombligo. Esto está relacionado con la identidad y la conciencia histórica pues pocos se preocupan por lo que sucedió, y aún menos por lo que sucederá, por estar inmersos en un continuo presente de sensaciones ya que el futuro deviene a más velocidad; se produce una contracción del futuro con el presente por lo que el futuro se vuelve cada vez más impredecible.

La noción de sujeto también sufre modificaciones, pues ahora hay una identificación ser-sujeto apegada a la persona. El cuerpo designa una identidad profunda e inmanente, así pues para conservar y mostrar la dignidad debemos “luchar contra su obsolescencia, combatir los signos de degradación por medio de un reciclaje permanente quirúrgico, deportivo, dietético, etc.” (Lipovetsky, 2000, 61). Hoy en día es inaceptable la vejez, ya no se concibe el envejecer con dignidad sino que la dignidad va unida a la identidad que se muestra a los demás a través del cuerpo, se trata de “ganar tiempo y ganar contra el tiempo. La personalización del tiempo reclama el imperativo de juventud” (Lipovetsky, 2000, 61-62).

Lipovetsky osa establecer límites entre modernismo y su posterior degeneración en postmodernismo. Describe el modernismo como el inicio de una negación profunda de la tradición y de la cultura, esto da origen a una faceta del capitalismo que se inició más allá de principios del siglo pasado, y que desarrolló nuevas lógicas caracterizadas por la ruptura “que se basa en la negación de la tradición, en el culto a la novedad y al cambio” (Lipovetsky, 2000, 84). A partir del nuevo código social vino el fenómeno de las modas, ya vaticinado por Baudelaire, lo cual hizo que el criterio estético se buscara por un afán por lo inédito, pero precisamente éste se vuelve inmediatamente anticuado y obsoleto. Por otro lado, se gesta un fenómeno insólito de igualdad, una igualdad de medios de la que todos quieren gozar, disfrutar de la misma calidad de vida, así se da paso “a valores hedonistas que animarán a gastar, a disfrutar de la vida, [y] a ceder a los impulsos” (Lipovetsky, 2000, 84). Hoy en día la situación es complicada en tanto que se quiere mantener el nivel privado de vida actual, haciendo que se desechen o se posterguen en el tiempo decisiones más trascendentales, ello ha supuesto a que la civilización occidental esté en crisis. Por su parte, el postmodernismo corresponde a una degeneración del modernismo, a un horror vacui, a una decadencia de los valores puritanos que se suplantaron por la lógica hedonista, con el fin de privilegiar “los impulsos más bajos ante los más nobles” (Lipovetsky, 2000, 128).

Lipovetsky termina hablando de las violencias, de cómo eran a cómo son y en qué han sublimado. Las sociedades humanas y Occidente antes del siglo XVIII se configuraban según los imperativos del honor y de la valía, −hoy ya muy olvidados. “El código de honor conmina a los hombres a afirmarse por la fuerza” (Lipovetsky, 2000, 175), a ganarse reconocimiento y respeto mediante actos de violencia despiadada. Hoy esa competencia se ha delegado al Estado pues es el que tiene la potestad de la violencia legítima.

De la muerte por la honra pasamos a la autodestrucción como una de las grandes patologías de nuestro tiempo, junto con la depresión y la fatiga crónicas. La combinación de un mundo incomprensivo e irreflexivo en el que cada vez hay más barreras entre nuestros sentimientos, el tabú a exteriorizárselos a los demás, y la sobreprotección con la que se crían las nuevas generaciones de jóvenes da pie a que se genere una personalidad que sea endeble, incapaz de afrontar la dura prueba de lo real. Lo cierto es que la personalización se ha reforzado, los trastornos psico-afectivos y de integración social no paran de elevarse peligrosamente, y la mayoría de las víctimas afectadas son los jóvenes. En consecuencia, la única cuestión que tiene sentido preguntarse ante el alarmante y vertiginoso futuro que está por llegar es: ¿qué nos cabe esperar?

Bibliografía

LIPOVETSKY, G., La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo, Editorial Anagrama, Barcelona, 2000.