Historia de un cineforum: el cine, ¿puede hacernos mejores?

54 comentarios / CINE / Por

David Pérez Chico
26/02/2022

“Rematar el momento, hallar el fin del viaje en
cada paso de la marcha, vivir el mayor número de
horas buenas, en eso estriba la sabiduría.” (Ralph
Waldo Emerson, “Experiencia”)

Breve historia de un cine fórum. El Cine fórum del Grado de filosofía nació con la vocación de convertirse en un lugar de encuentro al final de la semana que nos permitiera a alumnos y alumnas de diferentes cursos, a quien esto escribe y, en general, a quien pudiera estar interesado, intercambiar impresiones sobre una pasión compartida en un entorno más relajado que el de un aula.

Con el tiempo nos hemos acostumbrado a finalizar las veladas en La feria alrededor de una mesa llena de tazas de café, copas de cerveza, durums, croquetas y/o palmeritas (de chocolate negro, blanco o las de toda la vida del señor). Alguna vez, debido a la insistencia de Violeta y en menor medida de Carla, hemos acabado en el Koala. Me doy cuenta ahora, no sin pena, de que no recuerdo cuál fue la primera película que vimos hace ahora cinco o seis años (qué triste: tampoco recuerdo cuando se puso en marcha el cine fórum). Lo que sí recuerdo de aquellas primeras ediciones es que no conseguíamos ver más de seis o siete películas en un cuatrimestre (nos reuníamos cada 15 días los viernes por la tarde, y había meses en que solo nos veíamos una vez). En aquellas ocasiones la asistencia, en el mejor de los casos, rondaba las 20 personas, pero lo habitual es que fuera la mitad o incluso menos. Con posterioridad, los alumnos y alumnas que ahora cursan Tercero se lo tomaron con mucho interés desde su llegada a la Universidad, y el cine fórum cobró nueva vida. Tanto es así que ni siquiera el período de confinamiento por culpa de la pandemia logró impedir que siguiéramos celebrando una sesión cada viernes (de forma telemática, claro está). Aquello nos sirvió de terapia, y para que nos conociéramos un poco mejor. Este curso estamos echando mucho de menos a todos los que están fuera gracias a los programas Erasmus y Séneca. No me resisto a dejar por escrito que no creo que sea casualidad el hecho de que la mayoría de quienes están disfrutando de estas becas fueran participantes fieles del cine fórum. Su lugar se lo están guardando un grupo estupendo de alumnas y alumnos de Segundo y de
Primero que se han subido al carro con no poco entusiasmo y bastante fidelidad.

Estoy escribiendo esto un jueves y mañana (viernes 25 de febrero de 2022) nos reuniremos para ver en el seminario A del edificio Cervantes El silencio de los corderos (Jonathan Demme, 1991). Durante este curso hemos visto (cito de memoria y no por
orden): Nomadland (Chloé Zhao, 2020), The last black man in San Francisco (Joe Talbot, 2019), Matar un ruiseñor (Robert Mulligan, 1963), Pesadilla antes de Navidad (Henry Selick, 1993), La vida de los otros (Florian Henckel Von Donnersmarck, 2006), Casablanca (Michael Curtiz, 1942), Vértigo (Alfred Hitchcock, 1958), Días del cielo (Terrence Malick, 1979), Entre copas (Alexander Payne, 2004), Jules et Jim (Françoise Truffaut, 1962), Fue la mano de dios (Paolo Sorrentino, 2021).

En ediciones anteriores hemos visto, entre otras: La gran belleza (Paolo Sorrentino, 2013), La juventud (Paolo Sorrentino, 2015), Mr Nobody (Jaco van Dormael, 2009), I’m thinking of ending things (Estoy pensando en dejarlo, Charlie Kauffman, 2020), Eternal Sunshine of the Spotless Mind (¡Olvídate de mi!, Charlie Kauffman, 2004), Blade runner (Ridley Scott, 1982), Her (Spike Jonze, 2013), Synecdoche, New York (Charlie Kauffman, 2008), Persona (Ingmar Bergman, 1966), 2001: A Space Odyssey (2001: Odisea en el espacio, Stanley Kubrick, 1968), A clockwork orange (La naranja mecánica, Stanley Kubrick, 1971), Gattaca (Andrew Niccol, 1997), Children of Men (Hijos de los hombres, Alfonso Cuarón, 2006), Fight Club (El club de la lucha, David Fincher, 1999), Birdman, (Alejandro, González de Iñárritu, 2014), Death Proof (Tarantino, 2007), The Master (Paul Thomas Anderson, 2012), Kynodontas (Canino, Yorgos Lanthimos, 2010), 12 angry men (Doce hombres sin piedad, Sidney Lumet, 1957), The Man who shot Liberty Balance (El hombre que mató a Liberty Balance, John Ford, 1962), Touch of Evil (Sed de mal. Orson Welles, 1958), Arrival (La llegada, Denis Villeneuve, 2016)… y la que más me ha sorprendido (en una lista de fantásticas películas), The new New Testament (El nuevo Nuevo Testamento, Jaco van Dormael, 2015).

Este año el cine fórum ha obtenido un reconocimiento oficial en forma de un crédito y medio para quienes participen y pasen una pequeña prueba de evaluación (¡), pero tal y como el eclecticismo de la lista anterior de películas demuestra, no nos mueve ningún
afán completista ni estrictamente cinéfilo. Si acaso el convencimiento de que (casi) cualquier película puede hablarlos con la inmediatez y cercanía con la que lo haría una buena amigo o un buen amigo. Y, quizás, con la esperanza de que el cine pueda hacernos mejores.

El cine, ¿puede hacernos mejores? Esa posibilidad, o al menos la de que el cine puede transformarnos, es la que sirve de hilo conductor al libro autobiográfico (aunque se lee como una novela) de David Gilmour (nada que ver, que yo sepa, con el miembro de mismo nombre de Pink Floyd) titulado Cineclub (2009), en el que nos cuenta que el cine cambió, para bien, la vida de su hijo. Gilmour relata que cuando su hijo Jesse tenía 16 años estaba decidido a abandonar el instituto, se estaba dando peligrosamente a las drogas y al alcohol. En una palabra, estaba a un paso de echar a perder su vida a tan temprana edad. Gilmour, a la sazón, crítico de cine, tampoco estaba pasando por el mejor momento de su vida (se había separado, el trabajo escaseaba, etc.), y quizá porque en esas condiciones era capaz de empatizar con su hijo adolescente, le propuso un extraño trato: podía abandonar el instituto si así lo decidía y seguir viviendo en la casa de su padre sin pagar alquiler (¡estos americanos!) con dos únicas condiciones: 1) que dejara las drogas y el alcohol; y 2) ver tres películas a la semana con su padre. Las películas que veían podían ser más o menos elevadas o muy terrenales (un ejemplo de esto último: Showgirls, Paul Verhoeven 1996). Jesse aceptó encantado el trato, y aunque con altibajos, el hábito de ver y comentar películas con su padre acabó siendo una forma de educación, y al final del libro vemos a Jesse convertido en un chef de cierto éxito
(También Gilmour logra enderezar su vida). El caso es que el cine, y no tal o cual película en particular, tiene la capacidad de transformarnos, por ejemplo, haciéndonos reparar en (o reconocer) que no hay diferencia entre ver la realidad proyectada en una pantalla de cine a verla por medio de nuestros sentidos. En ambos casos la realidad es una realidad vista. Y esto, si lo interiorizamos bien, puede ayudarnos a responsabilizarnos de lo que vemos. También el hecho de que el cine sea el arte del movimiento (de la fotografía en movimiento) contribuye mejor que ningún otro arte a convencernos de que nada es definitivo, de que la realidad no es una y que la única perfección reside en el movimiento, en vivir cada momento como si fuera el último, pero sin renunciar a nuestro próximo yo.

David Pérez Chico 23/02/2022

54 comentarios en “Historia de un cineforum: el cine, ¿puede hacernos mejores?”

  1. Nuria

    Dice Benjamin en «Experiencia y pobreza» que, a causa de la barbarie extremadamente tecnificada en la que se vieron inmersos, los soldados que volvían de la I Guerra Mundial volvieron pobres, pero no en cuanto a su situación económica: volvieron pobres en cuanto a experiencia, a experiencia comunicable, desconectados de esa experiencia cualificada que nos remite a generaciones anteriores, mayoritariamente oral y ciertamente ritual, aurática. Este nuevo tipo de barbarie, la devaluación de la experiencia, es la que obliga a los artistas (como ya venían haciendo desde la creación de las grandes ciudades industriales) a comenzar de cero, pues la tradicional gramática cultural no era ya válida para atestiguar su común situación. Esta pobreza de experiencia, dice Benjamin, no debe entenderse como «falta, anhelo de nuevas experiencias», sino como necesidad de generar un entorno en el que poder, precisamente, hacer valer la pobreza de experiencia (comunicable) de las masas, despojadas de la cultura, arrojadas a la experiencia del shock, la de moverse a través de las grandes ciudades sin nada atesorable que compartir. Esto es lo que intentan los artistas cubistas o impresionistas: reconstruir esta experiencia del shock, generar una comunidad estética allí donde ya no puede haber una comunidad esencial, tradicional, sino solamente la comunidad de la masa amorfa, empobrecida.

    No obstante, dice Benjamin en su ensayo sobre la obra de arte, el arte vanguardista no triunfó, no se convirtió en un fenómeno de masas, pero se llenaron los cines y los garitos de jazz. En esta obra, Benjamin es quizás demasiado crítico con la función de la fotografía y el cine, particularmente de este último pues sostiene que se limitan a dar cuenta y reproducir las relaciones acomunitarias, sociales, productivas y amorales que hacen que los individuos de las grandes ciudades, convertidos en cualquieras entre cualquieras, sean siempre otros de sí mismos. Esta pérdida de la vergüenza propia del fin de la comunidad sustancial es el inicio de las grandes masacres, y el ojo de la cámara es el más incapaz de todos de guardar la distancia ética propia de la pintura. La cámara, por tanto, solo puede ofrecernos esa imagen empobrecida propia del cine.

    No obstante, en un ensayo precioso, titulado «Sobre algunos motivos en Baudelaire», si bien un poco anterior al ensayo sobre la obra de arte, hay cierta redención hacia estas formas artísticas. Benjamin se refiere a la obra de Baudelaire y de Proust como el grito desconsolado del poeta que trata hacer experiencia de la propia falta de experiencia, como el trabajo de reconstruir, en un proceso de duelo, los pedazos de la misma, para hacer que esa pobreza se vuelva accesible, y detener los shocks y el sufrimiento que esta pérdida provoca. Los versos de Baudelaire ofrecen la misma experiencia pobre que ofrece el cine, pero esto es así porque no puede ser de otra manera. Constatan, en el esquema de Benjamin, la muerte del aura, pero en ningún momento son culpables de ella: poseen aura, en el momento de su ocaso, pero la poseen, y convocan una comunidad de sentimientos, una comunidad estética, hecha de pedazos profundamente ajenos unos a otros, como lo somos los habitantes de las grandes ciudades, la comunidad de aquellos que nada tienen en común más que nuestra propia individualidad y falta de experiencia, pero es este resquicio de valor de culto, de dimensión aurática (aunque sea en el momento de su desvanecimiento) lo que las convierte en obras de arte. Encontrarse en la experiencia de este desvanecimiento es también una forma de encuentro.

    Este es el poder del cine. Convocar una comunidad de sentimientos en medio de la salvaje y liberal vorágine metropolitana que nos arrastra a todos. Eso es lo que hemos hecho los participantes del Cineforum, aunque la palabra «amigos» parece mucho más adecuada, en estos últimos tres años: perseverar en su construcción. Y me atrevo a decir que ello se debe a la valentía del gesto con el que afrontamos el confinamiento: el de impedir la disgregación, la disolución del encuentro que apenas había comenzado (creo que solamente vimos una película pre-encierro, y fue El club de la lucha). Fue valiente porque era necesario, porque otorgaba cierto sentido al tedioso paso de los días, uno detrás de otro, un poco como en Atrapado en el tiempo. Fue el pequeño resquicio de cordura y de levedad al que podíamos aferrarnos un grupo de personas que se conocían desde hacía cuatro meses y no podrían verse hasta después de tres. Mis amigas y yo (a las que echo mucho de menos) supimos que si la amistad podía sobrevivir al aislamiento, es que iba a ser algo que merecería la pena. Y el Cineforum ha tenido un papel vital en la consolidación de la misma. Mil gracias a David por sus palabras y por perseverar con nosotras en esos meses tan duros, y en todos los de después. Deseando, desde Madrid, tomarme una cerveza con vosotras.

    Nuria Barquinero

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  2. Inés Donoso

    Después de dos años, ya he perdido la costumbre de citar, de comenzar cada texto con las palabras de alguien más viejo y más sabio. Ya no escribo ensayos, ahora monto imágenes de archivo con la voz en off de un poeta, esperando que al proyectarlo se lea entre fotogramas lo que sé que Susan Sontag explicaría mucho mejor en cuatro líneas.

    Hace más de dos años me resistía a levantarme del césped del estanque la universidad para subir a clase de Lógica. Pero si todo en la vida pasa por algo, desde luego las clases de Lógica pasaron para que conociéramos a David y el cinefórum.
    Recuerdo descifrar juntas el entramado de Mr. Nobody y de imaginar cómo sería el mundo si nuestro lenguaje no estuviera atado a un tiempo lineal (Arrival) y qué sería del amor si pudiéramos amar mentes billones de veces más inteligentes que la nuestra y sin cuerpo (Her). Aquellas videollamadas de cuarentena deberían haberse grabado, porque eran cinéfila, filosófica y vitalmente de un valor inmensurable, del que no éramos realmente conscientes.

    Poco después de terminar aquel curso , deje la carrera y me fui a Barcelona a estudiar cine. Supongo que el cinefórum tuvo su parte de culpa.
    Y ahora desde aquí echo de menos a mis amigas, las jarras del Tuno y el Koala, la universidad de filosofía que se caía a pedazos y el edificio en construcción que nunca llegamos a pisar. Pero me alegra pensar que en cada cosa que escribo, dirijo, grabo, monto o vivo, hay un poco de aquel cineforum que me hizo mejor filósofa, mejor cineasta, mejor persona y lo que es más importante, tan feliz.

    Gracias a David por montar todo aquello y a mis amigas por hacerlo tan especial.

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    1. David

      Jo, ¿y qué digo yo ahora? Agradecerte tus palabras, desde luego, Inés. Espero que estés aprendiendo mucho en Barcelona y que algún día que te pases por aquí te animes a presentar alguna peli y a contarnos qué cosas has aprendido… y sí, en el Koala.

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