Zygmunt Bauman: Vida Líquida

1. La modernidad líquida y el problema de la identidad.

Los tiempos del hiper-capitalismo y el aceleracionismo nos han impulsado a la modernidad líquida. Este momento histórico líquido  se basa en una vida precaria sumida en un mar de incertidumbres constantes. Bauman la define como “aquella sociedad en la que las condiciones de actuación de sus miembros cambian antes de que las formas de actuar se consoliden en unos hábitos y en una rutina determinadas” (Bauman, 2020, p. 9). En esta sociedad se nos presenta un modo de vida líquida, caracterizada por ser una “constante sucesión de nuevos momentos” (Bauman, 2020, p. 10) que nos abocan a una imposibilidad de proyección de futuro. En la sociedad líquida los objetos de consumo tienen una limitada esperanza de vida útil, pues lo importante es la velocidad, no la duración. La vida no puede pausarse ni un segundo, el individuo tiene que modernizarse constantemente, esto es; desprenderse cada día de los atributos que hayan propasado su fecha de caducidad o morir, como consecuencia, los desechos son el producto básico y más profundo de los consumidores de la sociedad moderna líquida.

El gran aceleracionismo del que es víctima el habitante de la sociedad líquida, produce una insatisfacción del yo que provoca, para Bauman, el gran problema de la identidad. Bauman explica que ha habido un giro en la concepción de identidad tal y como se ha entendido tradicionalmente. Ser un individuo significaba ser distinto a todos los demás y la individualidad es el rasgo característico que hace a un individuo ser uno y no otro. Este significado ha cambiado en la modernidad líquida, pues todos los individuos son asombrosamente parecidos. De forma paradójica, dice Bauman, en la modernidad líquida la «individualidad» se relaciona con el «espíritu de masas», y ser individuo significa ser como los demás del grupo.  La individualidad se ha convertido en un deber universal y debe seguir la misma estrategia vital que el resto de la sociedad. De esta forma, ser un individuo, dice Bauman, se ha convertido en un privilegio; es el privilegio de todos aquellos que, en el mercado de consumo, son capaces día a día de desechar lo pasado de fecha y hacerse con lo actualizado. No todas las personas consiguen esto, y aquellos que se quedan atrás en esta carrera son despojados de su identidad, y, en última instancia, de su vida en sociedad. La nueva identidad plantea un último problema que ya estaba presente en la antigua concepción de identidad y que ya trataron autores como Sartre, Ricoeur y Mill, a saber; una continua pugna entre el deseo de libertad y la necesidad de seguridad. Bauman llamará a esta lucha identidad híbrida, y concluye que es prácticamente imposible determinar la identidad hacia un lado u otro, pues un aumento de libertad supone una reducción de la seguridad y viceversa.

2. ¿Mártir o héroe? La mitologización de la celebridad.

Bauman se ocupa también de una cuestión antropológica. En el pensamiento mítico  ha habido dos símbolos muy importantes para el desarrollo de la humanidad: el mártir y el héroe. El martirio era un sacrificio solitario, cuyo único fin era defender unas ideas y una moral o una redención de sus pecados y la salvación de su alma. Por otra parte, el héroe en su sacrificio buscaba un efecto, una finalidad que debe sobrevivir a la muerte individual del héroe, trascender a éste y derivar en un fin o causa social que perdurase en el tiempo. En la modernidad líquida no hay espacio ni para los mártires ni para los héroes, es decir, la sociedad de consumo degrada los ideales de «largo plazo» y «totalidad» y pretende reemplazarlos por la «satisfacción instantánea» y la «felicidad individual». El nuevo mito que propone la sociedad líquida es la celebridad, cuya esencia es la notoriedad. La celebridad es una existencia efímera, no perdura en la posteridad como el mártir o el héroe, es alguien conocido por ser muy conocido, su fugacidad reside en una tormenta de imágenes episódicas que aparecen a la misma velocidad que desaparecen. La celebridad aparece de la nada para perderse rápidamente en el olvido, en este aspecto, aparece como un producto más, como un desecho del aceleracionismo de la modernidad líquida.

3. La muerte de la cultura y el consumismo en la sociedad líquida.

La cultura ha tenido históricamente una pretensión de eternidad, de perdurar en el tiempo, Adorno ha definido, a raíz de esto, una batalla ineludible entre la cultura y los gestores, aquellos que han tratado de formalizar y dar normas a la cultura. Según Adorno, se da la paradoja de que los creadores de cultura necesitan a los gestores y los gestores necesitan a los creadores de cultura. En Bauman la cosa ha cambiado, éste dice que los gestores han abandonado toda pretensión  de establecer una regulación normativa de la cultura, para “asumir el rol de «intermediarios honestos»” (Bauman, 2020, p, 81). Los gestores de la vida líquida tratan de hacer de la cultura una mercancía más en el mercado de consumo, pretenden hacer de la cultura un «utensilio de usar y tirar», cosa que, según Bauman, “está en contradicción directa con la naturaleza de la creación cultural” (Bauman, 2020, p. 81). Lo que está en juego es la muerte de la cultura. Pues tal y como teoriza Bauman, la cultura debe someterse a los valores del mercado y aceptar todas las consecuencias que ésto conlleva (caducidad, mera reducción a valor de mercado, espectáculo…) o morir. La cultura se ha convertido en un «desecho» más del mercado de la sociedad de consumo, y debe actuar acorde a éste, pero, ¿cómo es este mercado del que habla Bauman?

“La sociedad de consumo justifica su existencia con la promesa de satisfacer los deseos humanos como ninguna otra sociedad pasada logró hacerlo o pudo siquiera soñar con hacerlo” (Bauman, 2020, p. 109), no obstante, si nos acercamos a ésta, vemos que ocurre justamente lo contrario, lo que sustenta la sociedad de consumo es la insatisfacción del deseo del consumidor, es decir, sin la no satisfacción de los deseos humanos, sería el fin de la sociedad de consumo. La sociedad de consumo hace permanente esta insatisfacción mediante dos formas; denigrar y devaluar los productos de consumo poco tiempo después de haber sido producidos por una parte, y hacer que el método de satisfacer cada necesidad cree nuevas necesidades por otra. De esta forma, el consumo, concepto mucho anterior a la modernidad líquida, ha derivado en una sociedad de consumidores en la cual todos los individuos son valorados y juzgados en cuanto a su conducta consumidora. Esto ha dado paso, dice Bauman, al «síndrome consumista», que implica una gran atracción por los placeres y el ocio, así como una actitud de inversión de los valores de la duración por los valores de la fugacidad exaltando el exceso, la rapidez y el desperdicio. El mercado ha trascendido los límites de la mercancía y se ha convertido en mediador tanto de las relaciones interpersonales como en la propia relación con el yo. Las propias actividades vitales del individuo precisan de instrumentos u objetos traducidos en mercancías. Por otro lado, la vida en sociedad te impulsa a hacer creer que lo mejor es ver a todas las cosas como mercancía.

Como conclusión, podemos decir que la modernidad líquida nos ha impulsado a la sociedad de consumo, y la intrusión de la mercancía como mediadora de las relaciones interpersonales y sociales nos impulsa hacia una sociedad cada vez más líquida y acelerada. Entramos en un círculo vicioso en el que la modernidad líquida lleva a una sociedad de consumo, y la sociedad de consumo facilita la modernidad líquida. Hemos entrado de lleno en la sociedad espectacular que teorizaba Debord, una sociedad de la apariencia y la mera imagen, donde el hombre, cuanto más intenta producir su vida, más separado se encuentra tanto de los productos como del resto de la sociedad. Como dice Debord: “el hombre separado de su producto produce, cada vez con mayor potencia, todos los detalles de su mundo, y de ese modo se halla cada vez más separado de su mundo. Cuanto más produce hoy su propia vida, más separado está de ella (Debord, 2016, 33).

4. Bibliografía

Bauman, Z., (2020): Vida líquida, Austral, Barcelona.

Debord, G., (2016): La sociedad del espectáculo, Pre-textos, Valencia.