La cosa innombrada

Carlos Fuentes García
12 diciembre 2022

Desde hace varios siglos, según cuentan las historiografías, el nombramiento de las cosas se ha vuelto una forma esencial de nuestra relación con el mundo. Un bautizo, -así denominan los filósofos al acto de nombrar-, pues el nombrar la cosa proporciona unas propiedades que la dotan de individualidad y conciencia. El acto de nombrar la cosa nos pone a nosotros, los humanos, en una relación inmediata con ella  que ante la cosa inerte (indefinida) no es posible. Algunos, sobre todo los místicos y religiosos, creen que en el acto de nombrar  la cosa trasciende, adquiere unas dimensiones metafísicas y se adhiere a un mundo espiritual de los nombres, donde los humanos fallecidos aparecen como una especie de dioses, pues son los que dan nombre. Esta doctrina que supone una inversión radical del platonismo, (de los objetos mundanos se crea mediante el nombre una copia espiritual),  todavía no ha podido ser científicamente comprobada, pero cada vez tiene más peso y  creyentes, supongo que por el atractivo de elevar al hombre a la categoría de Dios. Respecto a mí, puesto que ya se descubrió la existencia de un Dios que nos concedió la palabra, se me hace difícil creer la posibilidad de un «ascenso categorial» tan grande de Hombre a Dios. Otra teoría de la mística más aceptada es que las cosas aparecen como un elemento sagrado de ritual por el cual, mediante el acto de nombrar, el hombre se une con Dios; Dios nos dió la palabra y los hombres nombran, y así se produce la íntima unión. Este acto de nombrar podría parecer mágico, y así lo creen algunos conspiranoicos y disidentes del orden real del mundo, no obstante, los filósofos creen que esta toma de conciencia se debe a un  horizonte de sentido y a la infinita capacidad del lenguaje. Sea como fuere, lo único que podemos tomar como cierto es que mediante el llamado «bautizo de la cosa» ésta toma conciencia de sí y adquiere características nuevas que antes no tenía.

A raíz de ésto se ha producido una lucha de poderes por ver quién nombra a la cosa. Se creó hace 271 años, según aparece en  la biblonomalogía,  el «consejo de nombres», formado por filólogos, filósofos, científicos e historiadores, este consejo nombró y categorizó todas las cosas existentes. No es que antes no tuvieran un nombre, sino que nombraron en el sentido del bautizo. Tras esto, hace 217 años,  el consejo de nombres redactó la biblionomalogía, donde se recoge toda la historia de los nombres así como todas las cosas existentes, se tomó a la biblonomalogía como el libro sagrado y objeto de culto y estudio. El consejo de sabios adquirió gran poder y renombre, y actualmente son los que controlan el mundo de las cosas,  y por ende, el propio mundo. Naturalmente, existen todavía en el mundo muchas cosas innombradas, el consejo de sabios, que quiere tener el poder de todas las cosas nombradas, otorga grandes recompensas económicas a aquellos que encuentren cosas desconocidas y las presenten en el consejo de nombres, creándose así un gran mercado de las cosas. Esta es mi ocupación actual, lo que se ha llamado «explorador-de-cosas». Frente a este oligarquía de nombres que se ha producido tras el control del consejo de nombres, existe un mercado negro que trata de encontrar cosas desconocidas y nombrarlas o incluso re-nombrar cosas existentes con el fin de descentralizar  y democratizar el poder de los nombres. Esta lucha de poderes no es fútil, pues una vez la cosa es nombrada, dicha cosa se reconoce a sí misma bajo ese nombre y es muy difícil, por no decir imposible cambiar el nombre, aquellos que otorgan nombre a las cosas son los que ostentan el poder sobre la cosa, y cuántas más cosas nombren, más poder sobre el mundo poseen.

En uno de mis viajes, dentro del corazón de una selva remota, encontré un objeto de una brillantez extrema, prácticamente inobservable debido a la luz que irradiaba. Desprendía un aura de extrañeza y el espacio a su alrededor se tornaba raro. Esparcía un olor inocuo así como  una sensación de pérdida de espacialidad y temporalidad. Transmitía unos sentimientos que no puedo llegar a describir, entre calma y desasosiego, interés y pánico. Ante tal descubrimiento, traté de acercarme más para ver si podía vislumbrar la figura de la cosa. Avancé con los ojos entreabiertos, y tratando de hacer sombra alrededor de ellos con mi mano traté de mirar aquel objeto. Se denotaba, bajo la fuerte luminiscencia, una figura prácticamente etérea de un tono más oscuro, me dispuse a nombrar la forma de su figura, empecé a vocalizar la palabra C…

Cuando recuperé la consciencia estaba en mi cuarto, tendido en la cama y con un fuerte dolor de cabeza. Traté de recordar lo que había pasado: estaba en la selva explorando, llegué a una especie de claro rodeado por vegetación y allí me encontré con aquella “cosa innombrada”. Debido al dolor de cabeza no pude discernir si mis recuerdos se trataban de un sueño o si fue la inverosímil realidad. Sólo había una forma de comprobarlo, volver a aquél lugar. De camino al claro de la selva traté de pensar en la «cosa innombrada», traté de recordar el color de la luz, me vino una imagen a la cabeza, era I…

Volví a despertarme en la cama de mi cuarto, con un dolor de cabeza más intenso que la primera vez. Cuando dejé de estar lo suficientemente aturdido para pensar, me replanteé lo ocurrido. Una cosa estaba clara, la existencia de la «cosa innombrada» era real, y tenía una naturaleza única; no podías describir a la «cosa innombrada» sin perder la consciencia, ni siquiera podías pensar en «la cosa innombrada» sin desmayarte. No importaba el lugar o el momento en el que pensaras en «la cosa innombrada», no había un límite de distancia al que llegara su poder, en cualquier lugar del mundo desde el que pensaras en ella, perdías el conocimiento. ¿Se debía esto a que ya había sido nombrada y era una de sus propiedades? ¿o era una cosa única que no podía ser nombrada? Por el momento, me dirigí al consejo de nombres para intentar hablarles de este hallazgo.

Un miembro del consejo me recibió en su despacho, nos sentamos en una especie de salita que tenía  cruzando una puerta tras su mesa de escritorio. Nos colocamos frente a frente y me invitó a un café. Tras una larga charla, me dispuse a contarle sobre la existencia de «la cosa innombrada», Nada más empecé a vocalizar la primera palabra sobre «la cosa innombrada», noté como la taza de café, que a priori estaba en mi mano, se había derramado por todo mi pantalón, fue lo último que ví antes de perder el conocimiento.

Cuando volví en mí, estaba sentado en una silla, en una sala mucho más grande y más majestuosa, tenía en frente a todos los miembros del consejo de nombres con gestos, algunos serios, otros entusiasmados. Antes de que uno de ellos empezara a hablar pensé «he descubierto que tampoco se puede contar a otros la existencia de la cosa innombrada». -Sabemos que has descubierto-, la voz venía del hombre más veterano de la sala, extrañamente, -pensé-, éste no había perdido la consciencia al referirse a «la cosa innombrada», supongo que habrán descubierto los mecanismos para burlar el desmayo. -Sabemos que has descubierto-, prosiguió, -y te damos las gracias por venir a intentar contárnoslo. Somos conscientes de la existencia de tal elemento en el mundo, y como recompensa por tu valía, te haremos saber de que no es la única que existe. Actualmente tenemos la certeza de que hay 6 de estos objetos en el mundo. Desconocemos prácticamente todo acerca de ellas, y la imposibilidad de transmisión tanto oral como escrita nos impiden almacenarlas en el recuerdo. Cada generación del consejo de nombres tiene que descubrirlas por sí misma. No sabemos realmente cuántas son,  cuánto tiempo de vida tienen, ni cómo afectan al mundo, tampoco sabemos su lugar de procedencia, ni tampoco por qué, a pesar de no poder enunciar palabras de ellas, si que se nos permite tener imágenes. Respecto a su conocimiento, no sabemos cuántos ni quienes, al igual que nosotros, conocen su existencia . Lo único que sabemos con certeza es que no poseen un nombre ni pueden ser nombradas. No las guardamos como un secreto, pues ellas mismas son un secreto, tampoco sabemos por qué no afectan a la memoria. Lo único que tratamos de hacer desde el consejo es trazar un mapa y poder descubrir a todas ellas-. El hombre no pudo decirme que en el consejo se refieren a ellas como las «maravillas innombrables», -y dentro del consejo de nombres son los objetos más sagrados del mundo-. Tras acabar su exposición, un miembro más joven se me acercó y me dijo al oído: “no vale de nada que te intereses por ellas, pues su aura de misterio y sus extraños poderes solo te condenarán al sufrimiento y al olvido”, tras esto me dijo: “piensa en ella”. Una imagen vino de golpe a mi mente, era la «cosa innombrada», ya no podía detener mis pensamientos,  al tratar de imaginar  su aspecto perdí el conocimiento.

Esa fue la última vez que pensé en «la cosa innombrada» hasta este momento, donde trato de escribir estas páginas. Incluso ahora, después de tantos años, sigo perdiendo la consciencia en el momento que trato de narrar la existencia de «la cosa innombrada», no obstante,  este es mi gran salto de fe, he puesto en este proyecto  todo mi esfuerzo, meses de trabajo  entre la escritura y lo onírico para dejar mi legado; atestiguar «la cosa innombrada».

32 comentarios en “La cosa innombrada”

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