Racionalidad aumentada

Marcos Gimeno
02 abril 2022

Especie animal tan sumida en la ensimismada contemplación de lo que piensa
que es, que a menudo se olvida plantearse lo que evidentemente debiera ser.
Ambrose Bierce

Después de una modernidad teñida por las referencias a la razón, definida por la oposición frontal hacia ella o por su hipostatización como valor supremo e inalienable, a partir de la segunda mitad del S. XX, en lo que podríamos denominar Modernidad tardía, asistimos a la denostación de este fenómeno, ya no solo en lo referido a su desenvolvimiento histórico efectivo, lo cual podría ser perfectamente legítimo, sino también a su capacidad operativa futura. La razón se ha convertido, desde esta nueva perspectiva, en la raíz de todos los males que azotan la contemporaneidad y ha pasado a ser descrita como una abstracción inservible más allá de su utilidad como herramienta para la tiranía y la codificación de una normatividad opresora. Por otro lado, aquellos que habían mantenido en todo momento la sacralidad dogmática de tal elemento de la vida humana, que son ya los menos, la degradan, involuntariamente, tomándola como un modelo acabado y perfecto en el que la intervención no tiene ningún papel, sirviendo solo como justificación de modos de acción tradicionales y, supuestamente, con una naturaleza apriorística.

 

 

Por el contrario, desde mi punto de vista, la razón no es, ni mucho menos, un estadio ya superado que conviene ser enterrado en las profundidades de la memoria histórica, ni tampoco una ley ya acabada que únicamente puede ser preservada y, hasta cierto punto, reverenciada como un hito incorruptible, dado que el ser humano si se distingue es por su capacidad para implicarse en prácticas discursivas, es decir, en su habilidad para tomar algo como verdadero, o hacer que algo sea verdadero, y para inferir sentidos en la realidad material, por lo que renunciar a este rasgo de nuestra conducta nos conduciría a interpretar nuestra Historia como una simple adaptación biológica funcional, lo que impediría nuestra participación en ella y nos condenaría al inmovilismo.

 

 

Para dar argumentos a favor de esta recaracterización de lo racional, puesto que creo que ha de seguir siendo la brújula que guíe nuestro acercamiento al mundo y la construcción de nuevas formas de relacionarnos con él, me basaré en las aportaciones novedosas del autor de origen iraní Reza Negarestani, quien ha contribuido a la resignificación del concepto de razón, lo cual también considero necesario, de tal modo que sea capaz de expandir sus implicaciones y su impacto en el desarrollo futuro de la vida humana. Esta labor se encuentra plasmada, de la mejor manera posible, en su texto La labor de lo inhumano y, más ampliamente, en su libro, todavía no traducido a nuestro idioma, Intelligence and Spirit.

 

 

Antes de pormenorizar el contenido de esta nueva racionalidad, que podemos llamar «racionalidad aumentada» o «inhumanismo» creo que es necesario rebatir las dos visiones actualmente mayoritarias en torno al problema que nos ocupa: tanto el humanismo racionalista de corte ilustrado como el antihumanismo irracionalista propio de ciertas corrientes marxistas y anarquistas contemporáneas. En cuanto a la primera de ellas, la cual se define por su compromiso con lo humano y, en principio, con todo lo que ella conlleva, considero que se encuentra limitada a sí misma por su ambición de definir como son las cosas, a modo de leyes naturales, en vez de pensar cómo deberían ser y con qué representación de la humanidad se quiere implicar.

 

 

La monotonicidad que expresan las argumentaciones de carácter humanista-ilustrado en sus análisis de las prácticas sociales, de hecho, simplemente dan cuenta de la imagen que el humano tiene de sí mismo, pese a que tengan una ambición esencialista muy marcada. Es más, esta clase de enunciados parece ambicionar la solidificación de un modelo único y circunscrito de humanidad, creyendo que de esta forma salvaguardan nuestro estatus fundamental y determina, atemporalmente, a qué nos autoriza el ser humanos. Por el contrario, como ya advierte Negarestani, este examen y compromiso es yermo, ya que es imposible llevarlo a cabo sin desarrollar una actitud que conlleve la reevaluación y la posterior producción de normas y definiciones, es decir, que revise y construya lo humano dinámicamente abriendo nuevos horizontes de acción y entendimiento a través de prácticas, por ejemplo, sociales y tecnológicas.

 

 

Por otra parte, el relativismo propio de multitud de perpectivas filosóficas y ideológicas tardomodernas también impide evaluar lo que significa ser humano, aunque por otras razones teóricas, lo que le impide también, no obstante, valorar las normas inferenciales e intervenir en la construcción de una humanidad futura. Lo que se autodefine como marxismo contemporáneo es incapaz, por ello, de producir pautas de acción y entendimiento, dado que, cuando la disposición negativa es encumbrada y la actitud interventiva y la conducta constructiva son descartadas, la evaluación de las situaciones y fenómenos de la vida humana se convierte en intrascendente y obsoleta. Este reaccionismo impulsivo y mecanizado, en suma, apuesta por un concepto de humanidad externo respecto al espacio de la razón, sin advertir que, una vez que esta imagen es diseñada fuera de lo racional, los signos de irracionalismo surgen, paralelamente, con la apatía de la resignación, la frivolidad y el entusiasmo especulativo vacío.

 

 

Para enfrentar este desafío propongo, a partir de las tesis del filósofo iraní, que la razón, su potencial revisionario ilimitado, es la única fuerza apta para renegociar y definir la humanidad de manera efectiva en la realidad, pues solo ella permite revisar los compromisos en base a su conectividad, lo que evita las posibles contradicciones internas de cualquier proyecto heurístico, basándose, en término de Negarestani, en la recusación más que en la refutación e imbuyendo la crítica de un vector constructivo que parecía ya olvidado y abandonado. Sin embargo, la razón no debe ser entendida como un elemento inmutable, sino más bien como un espacio que se reconstituye a sí mismo mediante reglas sujetas, en todo momento, a revisiones que se potencian intrínsecamente conformando un bucle autorreferencial. Al fin y al cabo esta razón autónoma, que podríamos llamar inhumana por su soberanía funcional, implica que su autonomía se autoevalúe y se autorrealice, que es lo propio de lo inhumano, y, por extensión, que se autodetermine en su relación con lo humano mediante una actividad de retroalimentación revisionaria y, necesariamente, constructiva.

 

 

Como señala acertadamente en su ensayo, solo se puede llevar al humanismo, o compromiso con el ser humano, hasta sus últimas consecuencias a través del inhumanismo, que involucra la constitución de una imagen revisable de nosotros mismos, la cual, funcionalmente, se libera de nuestras expectativas y sesgos históricos relativos a lo que esta figura debería ser, parecer o significar, sin que por ello reniegue de la ambición creativa: su activación implica, por tanto, la obsolescencia de las anticipaciones históricas del devenir de la humanidad. En efecto, no hay destino sobredeterminado, no al menos en el sentido de meta terminal, sino bajo la forma de trayectorias basadas en las ramificaciones de nuestros compromisos, es decir, el bucle de retroalimentación revisionario-constructivo del inhumanismo no tiene una distinación única y ahistórica: navega, mediante una compulsión racional, las múltiples trayectorias de las implicaciones de ciertos destinos particulares que son reemplazados una vez se alcanzan, por lo que compatibiliza la existencia de un proyecto de destino con la ausencia de una meta teleológica. Estas particularidades son las que, principalmente, definen el plan inhumanista, pero hay tres características más que completan, todavía más, este dispositivo de navegación racional. Si bien no dispongo del espacio suficiente para desarrollarlas todas totalmente, además de que esta es precisamente la labor del texto al que me refiero, sí considero oportuno exponerlas brevemente de manera resumida.

 

 

En primer lugar, hay que hacer referencia a su autonomía funcional o, dicho de otro modo, a su sistemática actualización de los vínculos funcionales e inferenciales con la intención de conectar los deberes existentes con otros nuevos compromisos, fundados en necesidades postuladas contingentemente. En segundo lugar, el funcionalismo pragmático racionalista, el cual erosiona la diferencia entre lo dicho y lo hecho, que supone la automatización como la habilidad práctica de mantener, por medio del enlace entre la libertad revisonaria y la inteligencia funcional autónoma, un circuito de autoactualización y autorrealización: la razón autodesencadena, en suma, habilidades complejas a partir de sus habilidades primitivas y, a su vez, estas se ensamblan a sí mismas hasta transformarse en prácticas no discursivas positivas. Finalmente, todas estas operaciones automatizadas confluyen en lo que Reza Negarestani denomina la exacerbación entre lo que es y lo que debe ser. La racionalidad aumentada, podríamos decir, amplifica las dimensiones revisionarias y constructivas de la razón hacia nuevas fronteras comprensivas y de acción, descartando nuestros compromisos inactualizados con lo humano a través de una evaluación comunitaria, ya que no sustituye el proyecto político, sino que le sirve de herramienta, y constituye proyectos sistemáticos de revisión y construcción del ser humano.

 

 

En definitiva, aquello hacia lo que apunta la idea negarestaniana de inhumanismo, como sofisticación de nuestra concepción de razón, la cual muchas veces está limitada, no es otra cosa que la adopción de un enfoque cognitivo sintético del mundo, es decir, de una disposición a tratar los sistemas como hipótesis transmutables mediante la llamada, técnicamente, «epistemología de ingeniería», que no es más que la comprensión profunda de las jerarquías que anidan en ellos para manipular, transversalmente, las variables de los niveles superiores, lo cual es el único método posible para producir el bucle revisionario-constructivo al que constantemente he heho referencia. Esta figura del ingeniero, con todo, no hace alusión a la imagen tradicional de un sujeto dedicado a trabajos repetitivos de optimización, los cuales, en última instancia, están dirigidos hacia la preservación del status quo: el ingeniero negarestaniano, más bien, se relaciona con lo que Platón denominaba «artesano».

 

 

Este concepto se emparenta, en los textos del filósofo griego, con la idea de «demiurgo», es decir, se comprende como un ordenador del mundo, el cual opera con las ideas, que son preexistentes, como modelos revisables que pueden ser libremente dispuestos con el objetivo de plasmarlos en la materia, en la realidad tangible. Así mismo, el artesano representa la confluencia entre los fenómenos de la téchne y de la episteme o, dicho de otro modo, entre el conocimiento de en qué consiste cierto mecanismo o sistema, entre qué es lo que estamos tratando de llevara cabo, y el cómo aplicarlo en un contexto específico. El ingeniero, por lo tanto, delimita un tipo de construcción que requiere de la retroalimentación positiva y constante entre estos dos procedimientos, lo que, finalmente, imposibilita establecer una distinción entre ambos. El resultado de tal superación, en último término, es un caudal racional, creador y emancipado, que no procede bajo restricciones normativas ni según presuntas determinaciones naturales, sino que, como dice el propio autor de La labor de lo inhumano:

 

[…] permite precisamente la expresión de la revisión y de la construcción como las dos funciones centrales de la libertad. Cualquier compromiso que evita la revisión y no […] expande el alcance de la construcción debe ser actualizado. Si no puede ser actualizado, entonces debe ser descartado. La libertad solo crece a partir de la acumulación funcional y el refinamiento.

15 comentarios en “Racionalidad aumentada”

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *