Los primeros robots que pueden reproducirse

Marcos Gimeno
27 Enero 2022

«Los científicos estadounidenses creadores de los primeros robots orgánicos, denominados xenobots, afirman que estos han logrado reproducirse autónomamente y, además, de un modo insólito».

El colectivo de científicos, compuesto por académicos de la Universidad de Vermont, de la Universidad de Tufts y el Instituto Wyss de Ingeniería Inspirada en la Biología de la Universidad de Harvard, que creó los primeros robots vivos, los xenobots, ha anunciado en la revista científica PNAS que han registrado en ellos una manera de reproducción biológica, la cual han desarrollado espontáneamente, no observada antes en ningún organismo animal o vegetal. Después de que los sujetos de los experimentos demostraran su capacidad de movimiento, de organización colaborativa y de autocuración, sorprendentemente, han desarrollado también la facultad de autorreplicarse, es decir, los xenobots, constituidos a partir de células madre de ranas, tienen la posibilidad de convertir células individuales en copias de sí mismos. Estos originales organismos pueden desplazarse en el ecosistema artificial propuesto por los investigadores y encontrar otras células para ensamblar robots nuevos, puesto que los xenobots “progenitores” reúnen y comprimen las células madre desperdigadas para que maduren hasta convertirse en crías, mediante un proceso llamado “replicación cinética”, el cual se había identificado a escala molecular, pero jamás a nivel de células u organismos complejos.

Ante este fenómeno inesperado, los científicos han compartido imágenes de vídeo del procedimiento y, además, han expresado su sorpresa de diversas formas; Douglas Blackstone, uno de ellos, por ejemplo, insiste en el carácter insólito del descubrimiento: “la gente ha creído durante mucho tiempo que descubrimos todas las formas en que la vida puede reproducirse o replicarse. Esto es algo que nunca antes se había observado”, mientras que Michael Levin, coautor del proyecto, expone como “Las ranas tienen una forma de reproducirse que utilizan normalmente, pero cuando […] se liberan (las células) del resto del embrión y se les da la oportunidad de descubrir como estar en un nuevo entorno, no solo descubren una nueva forma de moverse, sino que también descubren aparentemente una nueva forma de reproducirse” y, añade, “eso es profundo”, pues conlleva que “estas células tienen el genoma de la rana, pero después de editarlas para que no se conviertan en renacuajos, utilizan su inteligencia colectiva, su capacidad de recuperación, para hacer algo asombroso”. ¿Qué son los xenobots? ¿Robots u organismos vivos?

Para profundizar en las implicaciones del estudio, sin embargo, es necesario definir más exactamente en qué consisten los sujetos analizados en los experimentos: para crearlos los científicos extrajeron células madre vivas de embriones de rana, más concretamente de rana de uñas africana o Xenopus laevis, y las dejaron incubar sin manipular ninguno de los genes involucrados. Es en este sentido que son robots, pese a que resulte chocante, puesto que, como advierte John Bongard, otro de los colaboradores del proyecto, “La mayoría de la gente piensa que los robots están hechos de metales y cerámica, pero no se trata tanto de qué está hecho un robot, sino de lo que hace, que actúa por sí solo en nombre de la gente”; los xenobots, por tanto, los cuales tienen menos de un milímetro de ancho y están compuestos por unas 3000 células incubadas, se categorizan de esta forma porque están diseñados mediante una computadora de Inteligencia Artificial y son ensamblados manualmente, es decir, artificialmente.

Consecuencias teóricas y prácticas Una vez descrito el fenómeno que ha suscitado tanto revuelo entre la comunidad científica y habiendo diseccionado la naturaleza del nuevo organismo, es momento de, brevemente, atender a los nuevos horizontes que establece tanto en el ámbito de su aplicación práctica como en el de la reflexión teórica al respecto. En cuanto a su utilidad pragmática, los autores de la investigación comentan que este tipo de combinación de biología molecular e IA podría ser útil para una gran cantidad de tareas relativas a la salud y a la protección del medio ambiente, incluyendo aplicaciones como la recogida de los micro-plásticos disueltos en el océano, la inspección y saneamiento de los sistemas radiculares (de raíces) o, especialmente, en la medicina regenerativa, dado que, como plantea Levine, a quien ya hemos hecho referencia, “Si supiéramos cómo decirle a los grupos celulares que hagan lo que queremos que hagan, entonces esto es lo último en medicina regenerativa: esta es la respuesta a lesiones traumáticas, defectos de nacimiento, cáncer y envejecimiento”.

Sin embargo, se oponen a las infinitas aplicaciones beneficiosas que pudieran llegar a tener varias apreciaciones de carácter teórico y filosófico, las cuales dan cuenta de sus también posibles peligros e implicaciones conceptuales: en primer lugar, incluso suponiendo una implementación efectiva en la práctica, ésta puede ser dirigida a intereses particulares nocivos, sobretodo si tenemos en cuenta que, precisamente, su desarrollo ha sido financiado y monitorizado por la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada para Defensa, una agencia federal norteamericana que se dedica a la supervisión de tecnología para uso militar, lo que parece indicar que esta tecnología también estará presente, por ejemplo, en la producción de armas químicas o en la manipulación genética transhumanista.

Por si no fuera suficiente esta incertidumbre, el hecho de que organismos producidos por seres humanos tengan tal facultad de autonomía y auto-perfeccionamiento también atañe a las discusiones filosóficas sobre epistemología y ontología, pues devalúa las posturas más antropocéntricas y da lugar a perspectivas novedosas con rasgos inhumanos: entre estas podemos identificar el materialismo libidinal de Nick Land, quien hace referencia al “afuera maquínico” como aquello que no podemos aprehender y que nos produce libidinalmente; el racionalismo anti-humanista de Reza Negarestani, donde la inteligencia se contempla como una forma de operatividad no necesariamente ligada al paradigma humano; la “ontología orientada a objetos” de Graham Harman, en la que se propone un modelo desjerarquizado del conocimiento; el “hipercaos”, basado en un supuesto “tiempo sin devenir” ajeno a la percepción antopomórfica, de Quentin Meillassoux y, en general, todas las demás tendencias que editorialmente se engloban bajo el título de “realismo especulativo”.

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